Por Luis Díaz Calderón
Fotos: Éric Ibáñez
La noche del miércoles 8 de mayo, Santiago se convirtió en un altar pagano. Una noche marcada por un diluvio y eléctricos truenos. Cinco hechiceras del metal descendieron desde los Alpes suizos para hacer de la Sala RBX el epicentro de una ceremonia cargada de fuego eléctrico, hechizos y oscuridad. Las Burning Witches no solo tocaron sus instrumentos, las brujas conjuraron, invocaron y desataron el caos.

Mientras en Roma el humo blanco del Vaticano anunciaba al mundo un nuevo Papa, en el sur del planeta las brujas del heavy apagaban su llegada con un aguacero que parecía interminable. No fue lluvia, fue agua hirviendo; no fue tormenta, fue ritual.
Desde el primer acorde, el ambiente se volvió espeso, penumbras rojizas cargadas de electricidad iluminaban la escena con Dancing with the Devil, la segunda canción de la banda que explosaba sobre las cabelleras metaleras de la gran cantidad de hombres fieles y serviles ante 5 musas, dueñas del rock metálico.

Con una Laura Guldemond poseída sobre el escenario, flanqueada por las guitarras filudas de Simone y Courtney, los bombos de Lala y el bajo de Jeanine como tambores de guerra, el aquelarre musical fue absoluto. Sonaron himnos de rebelión, historias de hechicería y gritos de fuerza femenina en medio del aguacero incesante.
El público, empapado y extasiado, no pidió tregua. Bajo techos que vibraban con el eco de The Witch of the North y The Dark Tower, nadie pudo escapar de los salones del RBX, porque cuando las Burning Witches tocan, el clima se transforma.
Hoy, mientras la ciudad se recupera de esta desdeñosa humedad, el suelo de Santiago descansa con su petricor suspendido en el aire, mientras los amplificadores del recinto aún vaporizan el canto oscuro y metálico de un rubio cantar.


