El crepúsculo del 2 de mayo descendía sobre Santiago, pero en las entrañas del Teatro La Cúpula, una impaciencia eléctrica comenzaba a vibrar mucho antes de la hora señalada. A las siete de la tarde, un puñado de almas devotas ya ocupaban sus puestos frente al escenario. Eran la avanzadilla de un reencuentro sellado por dos décadas de ausencia; veinte años esperando sentir de nuevo el rugido de Blackie Lawless y su cofradía en suelo chileno. Poco a poco, como atraídos por un imán, los cuerpos se fueron congregando frente al escenario vacío, un lienzo a punto de estallar en sonido y furia, tejiendo una atmósfera densa de nostalgia.

Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees

Los primeros en encender la mecha de la noche fueron los hijos pródigos del metal nacional, Enigma. Frescos aún de su reciente batalla sónica en el Masters of Rock, aceptaron el desafío de preparar el ambiente para la leyenda. Su potencia fue un golpe certero, despertando a la multitud que crecía como una marea expectante bajo el domo. Con «Los 33» como ariete, desataron una tormenta sonora que incluyó himnos propios como «Sirvientes del dinero», «Niebla», «El lado oscuro del cielo», «Lo que va a venir» y «El camino del dolor». Entre los presentes, puños se alzaban, gritos de apoyo rasgaban el aire, validando la entrega de la banda. Culminaron con la implacable «Inquisidor», dejando tras de sí una ovación cerrada. El público, ya encendido, clamaba por más, pero el itinerario no permitía concesiones. Había que preparar el altar para W.A.S.P.

Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees
Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees

Las 21:00 horas llegaron y el aire se cortaba por una carga emocional inmensa, un nerviosismo tejido con hilos de historia y expectativa. La expectación era palpable, contagiándose de mirada en mirada, de latido en latido.

De pronto, como un conjuro invocado desde las sombras, un remix de clásicos de W.A.S.P. retumbó, preludio de la inminente aparición. La banda tomó el escenario y, en un movimiento instintivo, la masa de fans se abalanzó hacia la valla, buscando la cercanía. La detonación inicial fue «I Wanna Be Somebody», en ese mismo instante La Cúpula se convirtió en un caldero hirviente de locura. Saltos, coros desaforados, gargantas entregadas al éxtasis; habíamos esperado demasiado y la liberación era total. Blackie Lawless, imponente, se plantó con esa energía salvaje que parece burlarse del calendario, como si las décadas fueran apenas un parpadeo. La noche de demencia había comenzado.

Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees

Sin respiro, como una apisonadora sónica, siguieron «L.O.V.E. Machine», «The Flame», «B.A.D.», «School Daze» y «Helion». Un himno tras otro, una comunión visceral. Los fieles de la vieja guardia coreaban cada sílaba con fervor, mientras los neófitos se unían con fuerza en los himnos más conocidos, de todas formas el disfrute era universal, una catarsis colectiva. Mike Duda y Doug Blair, cómplices en la entrega, derrochaban carisma y virtuosismo, acercándose al borde del escenario, regalando sonrisas y lanzando uñetas como restos de una noche memorable, pequeños tesoros para los afortunados.

Blackie, con una voz que mantenía su filo intacto, tejía la noche con clásicos, sin embargo, tras «Helion», un abrupto «We are leaving» heló la sangre. La banda abandonó el escenario y minutos de angustia flotaron en el ambiente, cargados de incertidumbre. El rumor corrió: un aparente contratiempo con el equipo de seguridad en la barricada había encendido la chispa del disgusto en el líder pero la tensión se disipó tan rápido como llegó. Blackie y los suyos regresaron, dispuestos a continuar, a seguir complaciendo a esa fanaticada que había esperado tanto tiempo para verlos.

Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees
Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees

«Sleeping (in the Fire)» fue el bálsamo y la continuación. La Cúpula entera se fundió en una sola voz para entonar la balada eterna antes de la siguiente embestida. «On Your Knees», «Tormentor» y «The Torture Never Stops» volvieron a inyectar adrenalina pura en las venas del recinto. Una nueva pausa llegó y regresaron para la descarga final.

Una vorágine sonora se apoderó del lugar: un medley que fusionó la esencia de «Inside the Electric Circus», «I Don’t Need No Doctor», «Scream Until You Like It», “The Real Me», «Forever Free» y ”The Headless Children». La multitud, ya en pleno delirio, fue lanzada directamente al clímax con el himno definitivo: «Wild Child». Saltos, cánticos, gritos, aplausos; una explosión de emoción incontenible, el punto álgido de una noche grabada a fuego.

Y como broche de oro, llegó «Blind in Texas», donde dejaron hasta la última gota de sudor y alma sobre las tablas, recibiendo a cambio la adoración de un público feliz, satisfecho, extasiado.

La larga espera, esas dos décadas de silencio en suelo nacional, se disolvieron en la intensidad de esa noche. Valió cada segundo, cada año de paciencia. No sabemos si los dioses del rock permitirán que esta velada se repita en algún futuro incierto, si W.A.S.P. volverá a pisar estas tierras. Pero una certeza quedó flotando en el aire cargado de sudor y electricidad: la bestia sigue viva. Su poder, su energía indomable y su pasión ardiente permanecen intactos, como una leyenda que se niega a envejecer. Fue una noche para la historia, un eco imborrable en la memoria de todos.

Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees
Fotografía por Benjamín López / @benjamín_voorhees

 

 

 

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